miércoles, 25 de agosto de 2010

CAMILO MORÓN: Narrativa Actual Venezolana


El Garúa como Máquina del Tiempo

Frente al cobalto del Caribe, al noroccidente de Venezuela, se encuentra el Estado Falcón; su silueta semeja un hombre hundido hasta los hombros en las nobles arenas de los médanos; su anatomía o debiésemos decir su geografía comprende el sistema de la costa, conformado por playas de suave declive, arenas blancas y doradas y bosques de enigmáticos manglares; el sistema montañoso, hada huraña y bruja lujuriosa, dibuja su silueta desde pequeños montes cubiertos de vegetación xerófila hasta montañas cuyas cumbres están veladas por la doncellez de las nubes y lucen una vegetación de exuberancia tropical con ansias de selva; el sistema de la llanura, propio de shamanes, santos, seretones y ascetas, es un lienzo de amarillo pintado en la llanura árida, cubierta de espinos y cardos; como un espejismo de verdes es la llanura inundable en la estación lluviosa, rica en pasturas para la explotación ganadera y en arboles maderables. En toda esta variada geografía rondan las ánimas, las brujas, los duendes, los encantos, los fantasmas. los poemas, los poetas y los cuentos. Y en el corazón de este mosaico palpita una Máquina del Tiempo: El Garúa.
Una llovizna de recuerdos atrapada entre sabias paredes de barro. Vigas como nervaduras de cardones. Y en el aire la tertulia en calma, a su ritmo acompasado, un ritmo próximo a la amistad. Pese a que El Garúa adolece de esquinas sombrías, pues está poblado por la luz, podemos recitar al Baudelaire de Le Vin de L Assassin:

Nadie me puede comprender. ¿Uno solo
De entre estos borrachos estúpidos
Sueña en sus noches mórbidas
Hacer del vino un sudario?

Esta crápula invulnerable
Como las máquinas de hierro
Nunca, ni en verano ni el invierno,
Ha conocido el verdadero amor,

Con sus negros encantamientos,
Su cortejo infernal de alarmas,
Sus redomas de veneno, sus lágrimas,
Sus ruidos de cadenas y osamentas.


La rockola no es una suma de engranajes y circuitos: Es el más compresivo de los psiquiatras. Al marcar la combinación de letras y números que corresponde a una canción de Pedro Infante, de Julio Jaramillo, de Felipe Pirela, de Daniel Santos, damos al alma el musical tratamiento que requiere para sanar sus moretones. Desde luego, hay una graduación en ese acto curativo que va desde la contemplación desnuda del dolor propio hasta el exorcismo de la razón. En ese carrusel de alcohol y emociones hay escalas para todos: desde un bronceado de fantasía poética tropical hasta una Siberia del intelecto. Pero el alcohol y el despecho son rasgos que El Garúa comparte con otros lugares de semejante vocación y que si bien lo hacen cálido y humano en nada diferencian sus coordenadas; lo distingue el paso del Tiempo en el escenario: Una gráfica de Oswaldo Vigas de los años cincuenta, la época de las Brujas; el cartel de una marca de cigarrillos que ya no se encuentra en las bodegas desde hace cincuenta años; la publicidad de un refresco carbonatado del que ninguno de los contertulios recuerda su sabor de tanto ha que se secó el recuerdo en la lengua.
En soledad, pues El Garúa es uno de los contados lugares en el que se puede estar a solas, reviso a Wells y comparto la pena del Viajero del Tiempo por los amores imposibles: “Y tengo, para consolarme, dos extrañas flores blancas –encogidas ahora, ennegrecidas, aplastadas y frágiles– para dar testimonio de que cuando la inteligencia y la fuerza hayan desaparecido, la gratitud y una mutua ternura vivirán aún en el corazón del hombre.”
Bebo mi audaz melancolía con el último trago de cerveza; una cerveza caliente, como decimos en el Caribe, a temperatura ambiente, como dicen los burlones en los Andes. Con un gesto de la mano hago a un lado la sombra larga del tiempo y me redimo. Y con alegría que corroe el espíritu de la pena, cual si fuere el surco que sobre el mar deja un barco fantasma, saludo al pasar entre las mesas a Omar Kheyyam:

Despertaos, despertaos, durmientes, que la aurora
arrojó ya la piedra al piélago nocturno
ahuyentando a los astros, y el Cazador de Sombras
prendió en un haz de luz la torre del silencio.


Se abren las puertas al aire de la calle. Las voces de la ciudad son las de esta noche y las de las noches de siempre. Al salir dejo mis huellas entre las horas y me llevo los sueños del bar.



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