CAROLINA LOZADA (Valera, Venezuela 1974). Licenciada en letras mención lengua y literatura hispanoamericana y venezolana (Universidad de Los Andes, ULA, Mérida). Es investigadora de la Cinemateca Nacional. Ganadora del I Certamen Internacional de Relato Breve “El País Literario” con el cuento “Viejo bar. Viejo tango” (Madrid, 2005); del Premio Municipal de Narrativa Oswaldo Trejo por el libro de relatos Memorias de azotea (Mérida, 2006) y del Premio Nacional de Narrativa Solar por su libro Adictos y transeúntes (Mérida, 2007). Además, su libro Historias de mujeres y ciudades obtuvo mención publicación en el I Certamen de Narrativa Salvador Garmendia (Caracas, 2006) y mención de honor en el II Concurso de Narrativa Antonio Márquez Salas de la Asociación de Escritores de Mérida (Mérida, 2005), y Los cuentos de Natalia obtuvo mención publicación en el II Certamen de Narrativa Salvador Garmendia (Caracas, 2007).
Selección por Gladys Mendía del libro Los cuentos de Natalia
La bruja
Cierra las cortinas para comenzar el conjuro. Lo acuesta en la cama, le abre la camisa, le ausculta el corazón, aun está vivo. Le pide que cierre los ojos y que no los abra hasta que ella se lo ordene. Se aproxima a su bolsa y entre pequeñas botellas de distintos colores saca una de aspecto alquimista y azul como fluidos eléctricos. Pasa frente al espejo y este le devuelve, apenas, un reflejo de sus movimientos. Se acerca al hombre, él abre la boca y ella entra en forma de fluido. Hombre moribundo por dentro, espacio rojo y nocturno, reducto de la acumulación del tiempo. Hombre ajeno a cualquier pertenencia, simiente de manifestaciones telúricas. La bruja se detiene a explorar cada molécula incrustada en el cuerpo sobre la cama. Huele, toca, escucha. Sobre el techo se acomoda la noche, se oyen pasos con música. Ella murmura encantamientos, palabras que el viento disuelve con la boca. Él se mueve, ahora es el hombre que está dentro de ella. Dos manos que explorar dos pechos menudos, una mano que se coloca en el centro y lo cuida celosamente. Un espasmo químico que intenta abrir los ojos del hombre, pero que ella cierra con sus labios. Desde adentro se ven subterráneos de luces y firmamentos con lunas llenas y cuartos menguantes. La palabra sale ahogada de la boca en una lengua que no existe. Amor. Dios. Sí. Mátame. Ella le pide que abra los ojos. El hombre va abriendo su mirada y una sonrisa le devuelve su vitalidad. Él puede entrever en medio de las persianas de sus párpados cómo ella, con su mano, le clava el corazón. Pronto la bruja se disuelve en el espejo, la habitación queda a oscuras con el sonido de un corazón agonizante.
del libro Historias de mujeres y ciudades
RELACIONES EN TIEMPOS VERBALES
Él espera la vida sentado en la parada del colectivo. Ella sube a la micro vestida de colores. Ambos ocupan asientos diagonales, cada cual asomado a la ventana que le correspondió. Los rostros, letreros y paradas se reproducen afuera, mientras ellos van pensando en sus tiempos verbales. Él, en su pretérito imperfecto, cuando se enamoraba, cuando amaba, cuando se casaba, cuando su mujer se iba y lo abandonaba. Ella, mientras, piensa en su futuro imperfecto, cuando la vida le sonría, cuando se vaya de la ciudad, cuando deje de llover sobre sus párpados mojados. Entretanto el presente va haciendo su parada, pero ninguno de los dos se percata de ello. El chofer mira por el espejo y observa ambos rostros opuestos entre sí entregar sus miradas al afuera que no los involucra. Pronto el autobús hará su última parada, siguiendo las señales en la vía, ambos bajarán y una vez fuera cruzarán una instantánea mirada y luego cada cual seguirá su propia dirección, él hacia su pretérito imperfecto, ella hacia su futuro imperfecto.
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