miércoles, 25 de febrero de 2015

EDUARDO MARIÑO: Poesía Actual Venezolana





EDUARDO MARIÑO (San Carlos, Venezuela 1972). Poeta cuyos textos han aparecido en numerosas antologías, periódicos y revistas literarias dentro y fuera del país. Su obra se ha hecho merecedora del Premio Nacional de Poesía Fernando Paz Castillo (2002 y 2004), el Premio Anual de Literatura del Ipasme (2006), así como el premio de la I Bienal Nacional de Literatura José Vicente Abreu (2008). Ha publicado Del diario de un cautivo (1994), La vida profana de Evaristo Jiménez (2002) y Gente (2007), entre otros.

Selección por Gladys Mendía de A la salida del fastuoso recital (Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2009).





XXIV



1. Estos años comienzan desde ya a morir con otros nombres, estallándome en el rostro con amarga ironía.
2 . Vivo mejor aún, sobrevivo una imposible espera cuyo comienzo desconozco y que al final tal vez solo me arroje al abismo desesperado de seguir en ella.
3. La noche se me espesa en los ojos, como ya lo ha hecho antes, como ya lo ha hecho siempre.
4. Cautelosamente levanto la tapa: El libro es viejo, igualmente antigua es su sabiduría.
5. Dicen que una de sus palabras es el Nombre Secreto de Dios.
6. También que quienes jamás lo han leído, no pueden esperar su misericordia.
7. Lo cierro con violencia, estoy seguro de merecer algo mejor.
8. Recorro lentamente su lomo, siento las frías letras reagrupándose en un nombre prohibido. 
9. Un torbellino se agita entre sus amarillentas páginas y las vaporosas historias en las inofensivas líneas y triviales liturgias.
10.  Siento la mancha de vino, solitario recuerdo de una agradable discusión, una ilusoria madrugada, la pluma en la mano, la vela temblorosa, el pulso agitado, la palabra preciosa ahogando un gemido, un cálido aliento a mi lado, en la perenne sombra que me acompaña, sin ser verdadera.
11.  ¿Quién conoce las formas de la Sombra?
12.  ¿Quién reconoce su voz, su abrazo?
13.  Yo la he esperado por años, y más de una vez, mis sentidos se han engañado; he abrazo el vacío inerme y la burlona sonrisa de un nuevo día; mas, no dejo de esperar su llegada, su mano fría, su mirada triste.
14.  ¡Ah Sombra!¡Ah Muerte!
15.  ¡Ah poesía incansable de la nostalgia!
16.  Mis ojos alucinan página tras página, buscan con avidez una frase, una escueta palabra. Palabra, palabra, palabra; dale un perdón a sus infinitos sueños: -capítulo 144; XXL: He cubierto mi camino. Te conozco y sé tu nombre, y el del Dios que te guarda. Te llamas: Espada que corta al pronunciar su nombre, Diosa de rostro vuelto atrás, desconocida, vencedora de quien se acerca a su llama (…) tienes la sentencia del que está vendado.






XXV

1.      Afuera ruge la tormenta con gran obstinación, voluble y a la vez perfectamente clavada con sus destellos, en el temblor de tu mirada.
2.      ¿Aún me oyes? ¿Sabes cuántas cuentas penden en la cola del relámpago? ¿Quién lo sabe?
3.     El destino es una ráfaga de viento que nos salpica el rostro de lodo y lluvia fresca; el Destino es una vil artimaña de los dioses para esconder su incompetencia.
4.      Levanta la cara, el fogonazo.
5.      Dime si sigues lloviendo.
6.      Suspira lenta y sinceramente, como el respirar de las eras a través de la inerme piel del cielo; siente el rumor bajo tus pasos.
7.      No, no vayas ahora, hace frío y mis manos están yertas de miedo.
8.      ¿Has visto?, algo nos junta con enfermizo desgano o aparente desolación; comienzo a creer que jamás vinimos de donde vinimos y que nunca llegaremos a donde vamos; este es un duro retrato de los dolores de la tierra, sus entrañas molidas y mi pensamiento en tus ojos, tristes y consumidos casi, por los rayos y los truenos, y las horas, y mis acosos infantiles, y (…) bien, no comprendo algunas cosas.
9.      Estos apuntes crecen día a día, y tengo la firme convicción de que los movimientos que adivino en tu pelo no se deben tan sólo a la tormenta, hay un rítmico presagio y ligeros vaivenes de reproche que prefiguran posteriores roturas del sacramento.
10.  No, el techo no cederá aún, te lo prometo.
11.  Deja que siga lloviendo, y si acaso cierro los ojos, Yaddith habrá dejado de brillar en ellos.









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