lunes, 20 de julio de 2015

JOSÉ GREGORIO VÁSQUEZ: Poesía Actual Venezolana


JOSÉ GREGORIO VÁSQUEZ CASTRO (San Cristóbal, Venezuela 1973) Poeta y editor. Ha publicado: Palabras del alba, 1998; Lugares del silencio, 1999; Ciudad de instantes, 2002; Bogotá siempre palabra, 2002; El Vago cofre de los astros perdidos. Antología poética de César Dávila Andrade, 2003; 2011. El fuego de los secretos, 2004; La tarde de los candelabros, 2009; Ingapirca, 2011; La noche del sol (donde se reúnen algunos de sus poemas desde 1998 hasta el 2013), 2013; Cantos de la aldea, 2013.

Selección por Gladys Mendía de La noche del sol


De El fuego de los secretos

*
Mientras escribo…
otros desde afuera
comienzan a leer sus propias líneas…
Yo doy vueltas alrededor de las palabras…
los otros atraviesan esa aventura
de los días...




*
Hoy no he podido verte. Esa facultad mía que me permite observar tu quehacer cotidiano desde cualquier distancia y a través de cualquier obstáculo, con sólo cerrar la mano izquierda y apretar el pulgar con fuerza contra el índice, se encuentra inhibida por la acción de un planeta oculto.
Sin embargo huyo de esta condición rompiendo la imposibilidad que traza el destino de un día, lo hago bruscamente, ciego, deseando saltar por un instante hacia un abismo impronunciable, lo hago siguiendo las huellas de ese iluminado girasol que habita en ti desde hace millones de lunas.
Busco debajo de los párpados el color resplandeciente de tus ojos, ese color que me muestra tu infinita bondad, tu alegría, tu llanto, tus días al sol y a las estrellas, tus noches enlutadas por el exilio de Dios. Busco consuelo en las palabras, refugio provisorio en los silencios, escondite eterno en las miradas. Busco, y mientras la búsqueda se incrementa, mayor es mi distancia, mayor es la distancia que abre el cielo con la tierra.
Dejo entonces que todo suceda desde afuera, y me refugio en lo eterno que hay en ti, me refugio para cantar a los instantes... a esos instantes que me recuerdan tu belleza, tu delicado perfume de fuego eterno...




*
Me despierto lentamente sintiendo que todo ha cesado ya. ¿Cesó la multiplicidad de los hombres? No. Aún logro verme desde lejos en otro lugar; el que observa también es observado, el que camina es seguido por su sombra. Sin darme cuenta giro en estas palabras porque ellas dan giros invisibles en otras palabras y en otros silencios. Soy movedizo, movediza también es el alma. Un río pasa por debajo de mi cama, lo escucho desde la madrugada, lo escucho cuando está crecido, cuando llueve sus piedras me levantan, sus aguas son también movedizas. En la mañana, cuando todo ha pasado, el agua de ese río sigue bajando lentamente las horas de marzo, las horas de un día que no vuelve a repetirse: hijos son los días de la memoria, de las horas de la memoria, de los instantes marcados en las memorias.



De La tarde de los candelabros

a
Cada día escribo una línea
y la pronuncio monótonamente
para no olvidarla
Cada palabra deshila nuestro ahora
lo deshilvana de toda forma
para hacerlo primigenio
intacto
transparente...
Cada palabra es ya un silencio
en esta casa
llena de sombras
La casa que me protege
la sigo llevando a cuestas
en mi memoria
en mi recuerdo
en cada gesto que pronuncia
mi infancia
La casa de mis padres
sigue agrietada por las aguas
y cada sonido en las paredes
es una tormenta sin descanso
Es esta casa la que ahora me dicta
cada una de nuestras líneas
Pequeños sonidos ahora bajan multiplicándose
en este árido movimiento de mi mano
Tiembla la enfermedad que me condena
tiemblan mis manos al oírlas
Yo intentaba volver a la memoria
pero desde afuera me gritaban desesperadas
otras palabras...
guardadas... silenciadas...
abandonadas...
La tinta acaricia este olor
de impronunciables sílabas
que aún no han sido escritas
El silencio nos quebranta al oírnos rozar
el papel reseco de los años...
Es la tarde de los candelabros
es la hora inmóvil de las orugas
es nuestra hora final
es el sonido fúnebre de esta noche
es el sueño de los apamates
La sombra abierta nos protege
la sombra de hiladas circunstancias
nos detiene
y entonces bajan por las paredes
otras formas del lenguaje
que ahora escribo con estas manos
atadas de costumbre
con estas manos
aún heridas por los años...
Cada día escribo una línea...
Cada día muero al desprenderme de mí…




e
Acepto mi distancia
mi aflicción
esta cárcel
que me rodea
cuando camino
Acepto esta intemperie
la tarde
el ocaso
el terrible
hedor de los huracanes
Acepto el dolor
de vivir
y el dolor de morir
la noche acariciada por el alba
Acepto esta multiplicidad
que ahora me condena
el nombre de un dios secreto
el fuego eterno
y la mudanza a un tiempo más etéreo
Acepto esta mirada
estas palabras
estos trazos de vida
que me han hecho
Acepto el principio y el final
de un pensamiento
Acepto mi silencio
este dolor
esta herida
esta inútil queja
este desencadenado movimiento
Acepto que ya no soy
que no seré
que he muerto
Acepto que esta tarde
ya no están
se han ido
y me encierro
Acepto con resignación
este destino
sabiendo que también
no lo acepto...




g
Que me reúna una palabra y pueda desde entonces deletrearla, dibujarla en la memoria, escucharla sintiendo el recorrido que ha marcado ya dentro de mí hace muchos años...
Sentir ese viaje que ha emprendido, sentir su llegada; disfrutar por un instante su sonido, sus vibraciones mágicas, sus impulsos escondidos; volver con ella al único silencio que tatuaron en los labios nuestros dioses.
Quisiera volver a las formas olvidadas de la escritura, a las formas misteriosas que hacen de las palabras oraciones; quisiera que ella reuniera desde su extraña presencia el infinito significado de los siglos; quisiera que ella expresara con su sola belleza lo que pienso, lo que añoro, lo que han significado los años, lo que han sido estos últimos días, lo poco que conozco, lo mucho que falta por descubrir; quisiera también que esta palabra abriera el diálogo de cada día y lo cerrara cada atardecer sin sentir esta dolorosa distancia: oficio ciego de los hombres.
Una palabra que llame a la noche y al mediodía, una palabra que se mantenga elevada sin tiempo, sin riesgos, sin fracturas; una palabra como un grano de arena, escrita en la piel de sus costados, en la sangre de sus entrañas, como un amigo, como un árbol, como un río acompañando estos momentos. Quisiera que todo estuviera en ella, que nada faltase: el día celebrado, la noche encantada por el paso estelar de las estaciones, los ojos que no ven el mágico transcurso de las cosas.
Una palabra que sostuviera al Cielo y a la Tierra, que nombrara los distintos mares y los distintos cielos, los vientos, las tormentas, los desaparecidos titanes rasgando nuestro pecho; que nombrara a los distintos hombres y a los dioses, una palabra que buscara en cada rincón la escondida esencia de la vida y la perfumara para siempre.
Quisiera que esa palabra denominara este momento, y la felicidad, y la tristeza, y la angustia, y la infatigable angustia de los hombres que yacen perdidos, y la soledad...
Que fuera ella el inicio del más lejano de los poemas, y el final de una metáfora celeste; quisiera que ella estuviera escrita en tus ojos y en los ojos del universo, en las miradas de los niños que pasan por la calle, y en los ancianos que circulan sin los años; quisiera que ella dibujara el calor de la madre y la presencia del padre; quisiera que todo estuviera en ella, que no me correspondiera buscar en las afueras, en otros lugares, en otros tiempos, en otros corazones sus alegrías y sus pesares...
Buscar aquí una palabra que desde siempre denotara el abandono y la permanencia; una palabra que se dibujara en el mar profundo y en el ancho seno de la creación sin perderse, una palabra que calmara la diferencia sin sentir que está presente, una palabra que naciendo de lo inefable volviera al silencio sin el abatimiento que causa la costumbre.
Quisiera abandonarme en esa palabra y después de una larga estancia pronunciarla, llamarla por su nombre, por sus infinitos nombres acariciarla, volver entonces la mirada mientras ella nos detiene y nos olvida...




a
Cada día escribo una línea
y la pronuncio monótonamente
para no olvidarla
Cada palabra deshila nuestro ahora
lo deshilvana de toda forma
para hacerlo primigenio
intacto
transparente...



De Casa de silencios

Casa de silencios

A mis madres
y mis padres…
Con ellos aprendí a escuchar la casa

I
Es aquella casa
la que me habita
Aquel viejo lugar
que protege mis palabras
y en este ahora
me permite
regresar
Todo en mi recuerdo
duerme
desdibujándose
Soy sombra entre mis pasos
apenas reflejo borroso
e imperceptible
de algo que pasa
fugazmente…
Voy a fuerza de tropiezos
aunque todo tienda a desaparecer
Voy torpemente
por mis recuerdos
reuniendo lo que me dictan
en silencio
aún las vagas imágenes
de aquella casa
La infancia
el patio de ayer
el olor de los años
mis madres
mis padres
mis hermanos…
Todos reunidos ante mí…
y yo
desapareciendo…
Es este agotado ahora
el que me acompaña
estos ojos caídos
estos ojos apagados por la noche
cada vez más oscura
Aún así
intento entrar en la casa
siempre a fuerza de tropiezos
Al caer la tarde
voy lentamente a ella
aunque todo ante mí
sea una sombra
un diluvio atormentado
de imágenes solitarias
ya sin alma
Las puertas aún cerradas
me alejan por completo de aquellos años…
Intento llegar
ya sin fuerzas
Sólo en la intimidad
me recupero para seguir lentamente
hacia adentro
Estoy tan cerca de la casa
Mis pasos resuenan en otros pasos
en otros años
en los años de mis padres
también en los de mis madres
ahora míos
Voy atado por la costumbre
Tiemblan mis piernas
como si una fuerza superior
me impidiera
proseguir…
Voy
quedándome
como en otras tardes
Aún no logro entrar
Todo se cierra
ante mis ojos
Sigo atento
a cada movimiento de mi mano
Dejo que todo suceda
afuera
mientras escribo
en otras manos
para volverme palabra
Todo en la casa
está ahora atado a una palabra
y no logro descifrarla
Voy seguro
en mi silencio
Adentro me aguardan
todos
Me piden esa palabra
que los anima
Yo a tientas
voy deletreándola
en el oído
de mis recuerdos…






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