domingo, 15 de abril de 2018

CRISTINA GUTIÉRREZ LEAL: Poesía Actual de Venezuela






CRISTINA GUTIÉRREZ LEAL (Coro, Venezuela, 1988). Ha publicado el poemario Estatua de Sal, que obtuvo el Premio XX Bienal de Literatura José Antonio Ramos Sucre (2015). Con su poema “Sé del mar reventando contra un muro”, ganó el II Concurso Nacional de Poesía Rafael Cadenas (2017). En la actualidad realiza estudios doctorales en la Universidad Federal de Río de Janeiro.


Selección de poemas por Gladys Mendía




Es hora de acumular ciertas certezas, me digo.
Es que uno abandona la cama
intenta caminar escamoteando el hundimiento
entonces en el pecho se crece ese maldito ardor.
Para envejecer quietos necesitamos certezas.
Me digo esto sobre todo los días
en que la tragedia asoma su cola y nos deja doblados,
torcidos.
Anhelo enterarme cómo somos escogidos para sufrir
quiero saber
si ese animal que provoca desgracias se despierta
se bate un poco, estira los brazos
y sus lagañas matutinas caen al azar.
Es necesario tener la certeza, me digo
que la tragedia no toca de a una por persona
como el amor.
Que bien podemos tener todas las plagas una tras otra,
sin opción a quejas, a berrinches, a póstumos dramas
existenciales.
Nos enseñaron a dudar, a sospechar, a pregunta
Sí.
pero esta súplica que extiendo hoy,
(Léase bien: súplica)
es para ofrecer todo cuando tengo
para que alguno venga
a regalarme la certeza
de que cuando las nuevas tragedias pasen
ya no vendrán más
que estaremos absueltos.
Quiero decir que ofrezco mis viajes todos
a cambio de que alguien venga cansado de tanto
correr entre uno y otro destrozo
y me diga
que ha pasado una rayita encima de nuestros
nombres
que no me queda un amigo
un ser amado
pendiente por recibir los coletazos de la desgracia.
Que todos han sido ya marcados.
Que fue suficiente.








Sé del mar reventando contra un muro
cómo me asusta cuando levanta demasiado su oleaje
cuando enfría sus aguas y es imposible.
Sé de gente buena acodada en puentes
contemplo sus miradas cristalinas y la mía se envidria
me siguen enfermando mis ojos litorales
mis costas.
He visto desde un balcón
un río que divide tres países
abrí ya muchas veces mi puerta para saludar
desconocidos
ya estiré una nueva lengua
ya me senté lo más al norte posible
ya estuve en la última calle de un país
ya fui todo lo insular que pude
ya he puesto toda mi fe en un viaje
ya he querido volver y abrazar
corro tras un nuevo paisaje que se alborote en mis ojos
vivo huyendo de este lugar que soy
pero el desarraigo no me cura
no me cura.









Me han prohibido acercarme a ese árbol.
Presiento sus trampas.
Y es que ese árbol parece mirarme como por
última vez.
Temo, lo admito.
Podría correr y destemplar algunos ruidos
(huir temblando sobre el suelo)
yo que puedo moverme
(y halarme los cabellos)
que al parecer no tengo ramas.
Me han prohibido comer de su fruto
y yo no tengo tentación del fruto.
Pero ese árbol sabe que puede enterrarme con él
y convertir mis piernas en raíces.
He de confesar que nunca entendí el cuento del
fruto prohibido
siempre pensé que era Adán o Eva quienes
estaban prohibidos.
Nunca el fruto
quizás el árbol.





Escribo ahora porque
nunca he sabido guardar mis secretos.
Desconozco las maneras de lidiar con la trastienda
la vida detrás de la vida.
Ya los amigos desgastan sus razones
buscan la forma de irse o de no llegar
(entonces queda el poema).
Necesito contar que alguien se hunde en mi cabeza
que me oprimo fuerte contra su hondura
y no salgo entera.
¿Qué tan inconfesable es estar seriamente
minusválida?
¿Cuáles afectos no soportarían que mi tibieza                                                                                          se haya calentado por completo?






Sin puñal

Quise escribir con toda la rabia del mundo
buscaba la imagen que sostuviera mi enojo
Desperté madrugada tras madrugada
intentando crear nuevas palabras
a falta de una que describiese
el exacto sonido de mis muelas rotas de tanto
apretar la mandíbula
Creía inefable
mi fruncir de ceño
mi cuerpo giroscopio
Perdona, me dije
no sin antes nombrar el odio con todos sus pesares
con todas sus vertientes
yéndome por todas sus ramas.
Recuerdo cómo quería escribir cortando
hiriendo con mi lesión
quería escribir con un puñal
y llenar de pus y sangre techo paredes espejos
Pero olvidé
mi rabia
y mi puñal
Me quedó este olvido calmo,
sosegado
demasiado cansado.







El primer suicidio es único.
Siempre te preguntan si fue un accidente
o un firme propósito de morir.
Miyó Vestrini



La primera huida es única
siempre te preguntan cuándo vuelves
teniendo en cuenta la distancia repetida
algunos toman para sí lejanías más hondas
silencios y aporías
Cuando la huida se vuelve tótem
costumbre de los tristes
muy pocas son las preguntas ya
no importa cuándo vuelves
allá aquí acullá
opacidad si vuelves
La primera huida es única
luego absolutamente todo sucumbe al espejismo
de lo lejos
y todo es añoranza mimimi
todo es saudade blablablá.
Queda el hartazgo
la mueca de aquellos que asumen olvido
cuando dicen
despedida
infranqueables lenguajes del adiós
la fuerza más minusválida del abrazo.
La primera huida es única.










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