JULIETA ARELLA (Caracas, Venezuela 1990). Escritora e historiadora del arte. Tiene algunas publicaciones en periódicos y revistas del país, ha participado en numerosos recitales, encuentros y festivales de poesía. Cuentos como El Pegaso de Laura (2014) y Mondadientes (2015) han sido publicados por la Dirección de Asuntos Estudiantiles de la Universidad de Los Andes (DAES) en ocasión del “Concurso de Creación Literaria: Cuento, Ensayo y Poesía”. Algunos de sus poemas pueden encontrarlos en la revista ecuatoriana Cráneo de Pangea (2016), en el blog del Encuentro Literario de Jóvenes Creadores de Falcón. Es parte de la antología de poesía venezolana Amanecimos sobre la palabra publicada por Team Poetero (2017).
Selección
por Gladys Mendía
inéditos
He huido de todo lo que amo
para no herirlo
me voy quedando sola,
ya todos se han ido
vivo en una sencillez
casi mística
me conformo con la
fruta en su madura firmeza
con el café frío y el
cigarro mañanero que repugna, pero qué importa
Me he
descubierto traicionándome
evitando soñar
demasiado
absurdamente
controlando el hambre
dando de más, de
sobra. Para servir por lo menos
Me la paso intentando
quererme, autoafirmándome
debo reconocerme por
las mañanas
verme al espejo,
mintiéndome de nuevo, hasta cuándo
todos sabemos que
nada va a mejorar, todavía
que sólo debo
terminar de saber a qué he venido a este mundo
porque a veces sé que
le estorbo
que mis ojos ya no
aguantan la desidia
que soy demasiado
sensible, que lloro la desgracia ajena
que me duele no poder
ayudarlos a todos
Y es que la abuela
está muy flaca y cada vez más loca
las pastillas no se
encuentran, ir a Colombia es un realero
pero qué le importa a
éste gobierno mi abuela.
Julieta, ya sabes que
no hay nada que puedas hacer
que el país ni
siquiera sostiene tu impulso
que salir a la calle te deprime
que no sé porque aún
te asombras
debes resistir el
día, la luz se irá pronto
no hay tiempo ni
fuerzas para la queja
el agua se va ir todo
el día
hoy no debes bañarte
en la angustia
sabes que al menos en
casa hay comida
que debes agradecer el plátano cocido de cada día como
si fuese un postre
porque ya se ha perdido la tradición hasta del jugo en
la mesa
Nadie va a recoger la
montaña de basura de al frente
las moscas ahora se
la viven aquí metidas. Yo maldiciendo
Hoy me provocó
pedirle la pata a un zamuro como si fuese un perro
Da miedo enloquecer
de esperanza
Venezuela, se me ha
hecho pesada como la tristeza
la siento tan cerca
pero a la vez extranjera
la infancia feliz se
me va borrando
el otro día pensé que
debía irme lejos para volver a recordarme
el país se reduce a
mi madre
No quiero que el día sea castigo
ya no da tiempo de llorar al padre y su abandono
no quedan ganas ni de extrañarlo
yo no soy este odio que siento
aunque he aprendido a odiar en silencio, para no
estorbar
me trago sola la angustia de la miseria
me contorsiono para no rozarme tan de cerca con la
indolencia
me metamorfoseo para sonreír
Sé que amé hasta donde pude
pero la casa recogió
mi amor y lo guardó en cajitas
así como la cama se
llevó tus ganas y me dejó las mías
Rabiosas. Distantes
de ti
Quise ser perfecta
como un reloj
abierta como un sueño
de verano
la muñeca de mis días
quedó vestida y alborotada
el anhelo es que se
acabe el día, que se acaben las noches
que se me quite el
amor
para poder partir sin
culpas
¿Cómo amar en un
lugar que no nos ama?
ahora lo que debe
preocuparnos es apenas el pan
una lástima no haber
nacido enmantillada
me tocó esta extraña
dictadura
nuestra propia tierra
nos echa
¡qué malandanza!
Ya ni dan ganas de
morir, mi familia no tendría ni para un entierro
Al hijo de la señora
Margarita lo enterraron en una caja de cartón
no se sabía si la
vieja lloraba por el hijo o por falta de
una urna
ese día lloré tanto,
aunque ni siquiera conocía al muchacho
Ayer también lloré,
después de ver al poeta Jesús Reginfo Angarita
Sus ojos amarillos
parecían dos soles iluminados por el abandono
él sonríe siempre con
una inocencia que yo no he podido entender
pero ayer el gesto le
pesaba en la cara, mientras escondía de mí sus manos sucias
mientras su voz
descendía en cada palabra
hasta reventarse en
el silencio acostumbrado de la pérdida
A veces quisiera que
el poema fuese una apuesta por la rebelión de la ternura
pero en este país de
lo absurdo oscilo siempre entre la blasfemia y el alarido de la insatisfacción
indignada
Mis palabras son la
anti-poesía
ya no escondo el
verso en bellas metáforas
y es que la vida ya
no es tan bella
como cuando los
cadáveres exquisitos podían beberse con cerveza
desnudándonos con la
alegría primera de pertenecer
Parecía que éramos
parte de algo grande
que la poesía era
capaz de agrandarnos como montaña
La belleza vibraba en
su estado de crisis
extraño a Sacha,
a Jesús, a Diarleth, a Daniel, a Eliza,
al flaco, me extraño a mí
la gracia con la
leíamos a Miguel James fumados hasta la altura musical de un rap inconcluso
Ya nada puede
salvarnos Jesús, apenas el viaje es nuestra única esperanzas Sé que nos
encontraremos en Brasil amándonos otra vez como unos niños huérfanos
Mi hermano volverá a
ser el poeta loco que festejábamos, a pesar de todo
Sacha dejará de creer
que debe sufrir para que la amen
El flaco olvidará los
días en que estuvo preso
Eliza volverá a ser
amada como una niña
Y Diarleth allá en
Colombia o en cualquier lado encenderá rostros con su luz
¡Ay vida! No te
pongas tan cuesta arriba
No te vistas todos
los días de luto
No te apartes tanto
de mí
No juegues a las
escondidas
Vida te canto para
que no nos abandones
Sé que Eduardo
volverá a ser fuerte como un adolescente
La poesía vendrá por
la noche convertida en una gata
haciéndose espacio
entre las cobijas
Sonreiremos mañana
Mañana, lo prometo.
Despierto
está él
yo sin embargo sola
con el peso del país
en la voz
planeando mil huídas
ya he viajado desde
aquí
no sé hasta dónde
resista callar
golpeada por todos
aún así
la réplica siempre
será vivir
Sobrevivir.
Sonreír un poco
en señal de protesta.
Cuando conocí a
Eduardo –Me dije: este chamo tiene cara de domingo con
viernes. Eso me gustaba, porque tenía tiempo como de misa, de santa, de triste.
Domingos en fila me atravesaban en siete. Él tenía la chispa de viernes en la
noche y el achante dominguero de cine, helado, sexo y poesía. Así que me
enamoré y me fui con él. En casa sentía la presión de mi mamá que se creía
lunes toda la semana, como un reloj, una máquina. Mi papá era un miércoles
atravesado como él solo, ausente en el medio de los días. Mi hermano no tenía
día siempre fue la mitad de un día y de otro, en retroceso, insomne, para él
era lo mismo un sábado y un martes. Los días no esculpieron su cara en la
vigilia. En fin, hoy no es lunes. En nuestra casa es viernes con comida de
domingo.
Amor. La casa tiene abiertos agujeros en los ojos.
La casa llora día y noche nuestra condena. La casa nos detuvo. Nos tiene
atrapados en un país herido. Nuestras cosas están juntas, añorando otros
tiempos, delatan la miseria y la agradecen. Aunque en esta oscuridad ya no las
vemos. Las cosas y los libros se quedarán solos, esperando el regreso incierto
a la entraña del maíz molido. Amor, las cosas se nos van muriendo con nuestras
esperanzas.
El
perro y la casa nos respiran
Tengo
un mantra junto a mí que no se queja
Amor
hará que la duda no venga/que no invada la casa.
La casa desafía al tiempo. Lo secuestra. Aunque haya amor en sus
esquinas. Guerra y paz en una misma cama. Y amar al fin se haya vuelto
soportable. La casa nos detiene.
—
“Es mejor quedarse, este es el país que nos hizo nobles. Si sobrevivimos a
esto, vamos a sobrevivirlo todo” —dices, casi convenciéndome de la esclavitud—
En
mí. La maleta se abre vacía. Mientras sigo lavando los trastes de la cena.
Pensando en todos los países por los que ya he viajado en mi cabeza. Haciendo
poemas, que jamás serán escritos. Porque ya casi se va la luz y no tengo velas.
Los desamparados de alba. Van solos. De las primeras luces huyendo. Van
con hambre. siempre. Los desamparados del alba abundan cómo perros callejeros.
Algunos son sociables. Yo sonrío. Otros perdieron el velo el pudor en su
libertad salvaje. Yo les sonrío. En la locura de perderlo todo. De hacerse
mierda. De entregarse sin que nadie los escuche los mire los necesite. Solos.
Completamente solos. Como si fingieran. Con el cielo mugiendo en sus cabezas
frías, en sus miradas frías, en sus estómagos vacíos. Pareciera que llevaran
sobre los hombros todo el peso de los siglos, de sus hecatombes, de sus
injusticias. Pareciera que merecen ser dioses. Que lo son. La calle no es casa.
La calle no es adentro. La calle está enloquecida. La calle está dolida. Recién
parida como alebrestada. La calle cada vez menos nuestra a pesar de nosotros.
Las calles son de los desamparados del alba quienes la cargan por casa. También
de los perros y ahora de los zamuros que ya ni siquiera quieren volar como en
los dibujos de mi infancia.
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