DIANA MONCADA (Caracas, Venezuela 1989) Poeta y periodista cultural venezolana. Autora
del poemario Cuerpo crepuscular, que resultó ganador en el
Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila en el 2013. Prologuista del libro
de entrevistas literarias Al filo de Miyó Vestrini, del sello
editorial Letra Muerta. En 2016 ganó una mención en el I Concurso Nacional
de Poesía Joven «Rafael Cadenas». Su trabajo periodístico ha sido publicado en
diferentes medios de comunicación venezolanos y sus poemas en diversas
revistas y plataformas literarias. Administra su blog personal Antología
de la conmoción. Actualmente reside en la ciudad de Lima.
El
silencio del mundo
Cubrí mis
ojos de piedras para ver el silencio del mundo,
tu cuerpo
era una alfombra mágica
sobre la
que volamos hacia las carnes
incendiadas
del desierto.
Enmudecidos
hallamos
en nuestra danza el acertijo de todas las máscaras,
llenaste
mi boca de amuletos
y
abandonamos el círculo de nuestra primera alucinación.
La lengua
trifásica nos envolvió en glaciares azules,
escogimos
la hecatombe
como un
lecho para desviar las formas futuras.
La
garganta del mundo se iluminó sobre la noche
y
volvimos la mirada hacia los mares tranquilos,
los peces
flotaban como nubes apresuradas,
el mundo
caía lentamente
hacia la
boca de una ballena adormecida,
nos
preguntamos,
¿acaso
hay otra forma de morir?
Cubrí mis
ojos de piedras para ver el silencio del mundo,
besé la
fractura,
amé las
fauces
de la
bestia que fuimos.
Náufragos
La playa estaba
rota
cuando de sus
entrañas fuimos expulsados,
no entendimos si
los temblores provinieron de los fondos
o de los puñales
que atravesaron el ombligo de la tierra.
Soñar que fuimos
salvados para naufragar
bajo este cielo
inmundo
con la roída idea
de vivir pese a todo
es un
despropósito.
El naufragio
instaló en mí el descalabro,
su desastre es
como lo imaginamos,
irreversible
como la caída de
tu nombre antes de la explosión.
Las islas
Transparente la
noche
en que las islas
hundieron sus costras en el mar,
han debido
engullirnos
porque todo fue
ardor,
andrajoso ardor.
Erramos sobre las
sales desnudas,
enceguecidos e
infectados.
Somos sus peces
alucinados
aleteando en el
purulento corazón de la cicatriz.
Nada sabemos de
los hundimientos
excepto este rugir
que nos atraviesa
y nos quiebra.
Las islas han
ahogado la herida esta noche
y nosotros
expectantes
besamos su furia
con las llagas
llenas de ojos.
El
cielo rojo
El cielo está rojo, dijimos
Y abrimos los ojos como lámparas sobre la
maleza
Déjennos en nuestra trampa
porque esta ciudad no es una ciudad
ni este planeta un planeta
y este árbol es el sueño de un árbol que
crece salvaje en una mañana clara de otro tiempo
y de otro lugar
No somos lo que creímos ser
y así está bien
así las plumas siguen meciéndose
desapercibidas debajo de nuestras nucas
mañana es una instantánea que se reproduce
como una canción de verano
sobre las olas del mar que nos vigila
detrás de todas las esquinas de esta
ciudad placebo
ciudad precipicio
donde la única verdad
es que el cielo es rojo
y que caminamos lentos
sobre su ramaje de incendios y espesuras
sin encontrar el hogar la playa o la forma
que contenga el sueño sin edad que somos
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