miércoles, 20 de septiembre de 2023

CARLOS DE ROKHA: Poesía Chilena Actual

 


Carlos de Rokha (Valparaíso, 1920 – Santiago, 1962) Poeta y artista. Hijo de dos ilustres poetas —Winétt y Pablo de Rokha—, cultivó desde joven un estilo propio e inconfundible. Su poesía, poblada de imágenes alucinadas y fulgurantes, transita del delirio profético hacia un lenguaje de hondas reminiscencias nostálgicas y terrestres. Se relacionó con los poetas del 38 y del 50 y participó tangencialmente del grupo Mandrágora. Publicó sus poemas y ensayos en la revista Multitud, fundada por sus padres. Además de escribir se dedicó a la pintura, y sus estudios formales fueron diversos e irregulares: pasó por el Instituto Secundario de Bellas Artes, luego por la Escuela de Artes Aplicadas —periodo en el que realizó una exposición de sus obras visuales— y más tarde por el Instituto de Filosofía en Córdoba. Viajero infatigable, además de residir en distintos periodos de su vida en Argentina, vivió un tiempo en Uruguay y recorrió Chile de punta a cabo. En estos periplos trabajó como redactor en algunos medios periodísticos, como Noticias Gráficas de Magallanes en Punta Arenas, y El Ariqueño en Arica. Dejó dos libros publicados en vida, Cántico profético al primer mundo (1944) y El orden visible (1956). Este último fue su proyecto de obras completas, del que sólo alcanzó a publicar el primer volumen, con poemas de la década de 1934 a 1944. A estos dos títulos se suman otros dos, publicados póstumamente: Memorial y llaves (1964) y Pavana del gallo y el arlequín (1967). Aún inéditos, ambos poemarios recibieron el Premio de los Juegos Municipales Gabriela Mistral. Falleció, en 1962, por una intoxicación de medicamentos y alcohol, a los cuarenta y dos años. Su temprana partida dejó mucho material inédito, y si bien su trayectoria vital fue breve, la particularísima poética que cultivó en sus textos causó honda impresión en sus lectores y compañeros de ruta, a la vez que fijó su destino de poeta iluminado y oculto.

Selección de Gladys Mendía


A LA LLEGADA DE LAS HORDAS


Mi gran furor que os dará la medida de mi cólera.

En fuga al centro de mí y hacia mi ser en lo profético desencadenado.

Mi pasión por la noche, mi clarividencia.

De poseso coronado por Orfeo y la Bella.

Me hacen más libre, y a la vez, más dichoso y más múltiple.

Que vosotros que todo lo tenéis.

Que vosotros oh corsarios blancos.

Oh, hijos de un cielo que habéis adquirido al menor precio.

A quienes nunca he visto jugarse una última carta.

Como quien juega su cabellera a las aguas envenenadas.

En el supremo juego donde el que pierde es el gran victorioso.

¿No os espanta mi lengua de animal solitario?

¿O no es a vosotros a quienes ciega

mi ojo centelleante como un vasto océano?

Temedme. Alejaos de mí.

Soy el monstruo sagrado, el asesino celestial y benigno.

Aquel que jamás tuvo nada, pero aún así

Su inaudita riqueza sobrepasa a la vuestra.

Porque yo hice mío lo desconocido.

Yo he tocado los límites del infinito.

Y, por último, sabedlo!

Vosotros, que alardeáis de santidad y pureza.

Nunca estaréis tan cerca de Dios como yo.

Que soy la otra cara de Él.

Que soy la eternidad que revive en un hombre.

Que soy una edad desconocida.

Avanzando de himno en himno, de conjuro en conjuro.

Hacia el centro de mi corazón.

Hacia los mundos puros, los mundos malditos, los mundos negados.

Donde he llegado a ser

Un titán bronceado por los sueños

Y que marcha, sí, que marcha.

Abrazado a su abismo como a un postrer anhelo.



15


He pensado en los ríos que nacen del amor,

Y en las vastas ciudades que se forman a su hondo conjuro.

Cuando el hombre quiere ordenar su visión del abismo,

y todo nos ciega como una luz que volviera de los más lejanos pasos:

porque entre ellos retorna la madre con un infante muerto entre sus brazos.

He pensado en las muchachas de otros días y en el vino de otras tardes,

que ahora me parece más amargo, porque tus manos no lo sirven.

Y una lágrima seca hiere el pan del héroe.

Mientras tus manos se alzan y extienden un mantel sobre la mañana.

(El mantel cae en la silla donde mi padre se ha sentado a esperar tu regreso).

Y también te digo que el pan este año ha tenido otro sabor.

Porque tus manos no cortaron la bíblica medida.


(Yo sé que tú rebanas algún pan para “Dios”).

Porque tu muerte ha despoblado el mundo.

No duermes: siembras, sin embargo,

La tierra de los sueños. Estás inmóvil, pero avanzas,

De pie como un sacro río contra el muro del tiempo.



RITO


En este cielo del sueño te oigo cavar cerca de mí

el puro presagio de una tierra de lámparas.


Este génesis dormido, este ensayo en el agua.

Tu júbilo liberador, identidad del asombro

A qué viajeros con dulces óleos baña

Si los alquimistas del mar cierran los libros,

Si niños vitrean conejos de Viernes a Sábado y demás?


Yo veo a un malayo asesinar en tus manos perlas líquidas

hojarascas de arpilleras el follaje de un charco quemado por la luna

donde me lava el verde aceite de tu noche bebido en el té de los deudos.


Donde te pido yo sino un libro de sueños del mar?

Dame, te digo, un puñal de alabastro para el viaje.


Te pido un paseo bajo tus pestañas que imitan las ruedas de un molino

Que se cierran y se abren según el movimiento de las hojas

Pero que se incendian en el germinar de los dorados frutos.


Tus pestañas sombrean las calles absurdas, abaten los acantilados.


Tállame, niña, en el calendario de tus ojos egipcios

Espérame, duquesa, a ese mudo presagio de la tierra de los pinos.



DE PROFUNDIS


Desde este amargo té me vuelvo hacia el demonio

apenas entrevisto por el insomne huésped

que soy cuando de noche entro en mi ser visible

cansado de mi viaje y de la larga

locura que hace tiempo absorbe mis dos sienes.

Me vuelvo a la ceniza y al vaso de mi sangre

con las venas ardiendo y el rostro amortajado,

más la espalda llagada, doliéndome el costado,

dando perdón al denodado

enemigo que soy de mí mismo y de mi alma.

Solitario por dentro, fatigado,

sin esperanzas como

un Cristo de abismal perspectiva

sobre el madero de mi columna vertebral crucificado

por los días que vivo buscando una respuesta

a la angustia que asalta mis ojos cuando duermo.

Oh deudo, oh desolado

centinela del tiempo, vigía sumergido

en la sangre, en el vino y la tierra: ese soy,

esa es mi sed, esa mi hambre, esa mi soledad, esa mi angustia,

y en mí mismo me acabo

por dentro como un viento que hacia el cielo se impulsa.

Desterrado por siempre, solemne, vertical, desterrado

como un águila ebria sobre una isla en llamas,

ya sin ansias de todo lo vivido

me vuelvo a la vigilia de mi cáliz,

y nada, nada espero de los días que vienen,

sino una azul espada que me destroce el alma.



CÁNTICO DE LOS ADIOSES


Me desarraigo, a veces, de todo lo que existe.

Fantasmas amarillos dan vuelta la cabeza.

Cuando me ven volver de todas las distancias.

No soy yo el que regresa desde otros vanos círculos asido.

Apenas mi sombra,

colgada del anillo de Saturno, dios de los olvidos,

que llora en los rincones el rotro de los hombres.


¿Quién fui? ¿Quién soy?

¿Quién por mí hizo sonar música de aguas ausentes

Y de flautas que un viento extraño cada vez destruía?


El pasado es un río que acaba donde empieza.

El viajero una sombra que pasa sin ser vista.


Pero ¿qué hontanar se nos da entre las manos?

¿En cuál voz queda exacto como una clara pupila redimida?


Nada tengo sino hojas de efímera estructura

en que el sueño que vivo se hace polvo

y arenisca salobre bajo la tierra que me niega.


Al bajar la colina de nubes y de dados

olvidaste el retorno

de ese arroyo de cielo que suena en tus pupilas

y llama y nada es nada: solo terribles

elegías donde un desconocido

júbilo me señala entre los seres puros

que a nada advienen sino a rescates hondos

sacros como la luz donde se abre el cordero.


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