Yuleisy Cruz Lezcano nació en Cuba (1973) y posee ciudadanía italiana. Desde 1992 reside en Marzabotto, en la provincia de Bolonia. Es poeta, escritora, ensayista, periodista y activista comprometida con la defensa de los derechos de los trabajadores y la lucha contra la violencia de género. En su labor educativa, promueve modelos relacionales innovadores y utiliza el caviardage como herramienta pedagógica en escuelas, con el objetivo de transformar lo negativo en positivo. Coordina laboratorios creativos orientados al crecimiento personal y colectivo.Colabora activamente con periódicos nacionales italianos, en los que publica artículos sobre temas sociales, educativos y de actualidad. Su voz literaria y compromiso social se entrelazan en una obra extensa y reconocida tanto en Italia como en el extranjero. Su trabajo gira en torno a temas de identidad, migración, feminismo, translingüismo y la experiencia intercultural de la mujer inmigrante. Forma parte de la redacción de distintos fanzine y blogs italianos, y colabora con revistas literarias españolas e hispanoamericanas, en las que publica tanto artículos propios como traducciones de autores italianos, con el objetivo de difundir la poesía italiana a nivel internacional. Ha escrito 18 libros.
Restos que respiran
Son los restos, sombras vivas,
ecos que el tiempo no consume,
fragmentos de un cuerpo ausente,
huellas de un suspiro antiguo.
En la sequedad de la forma,
sin dientes, sin aliento,
alguien llama a un ángel dormido,
a una madre que cruza umbrales.
La mirada, ese faro tenue,
pregunta en la penumbra,
se esfuma en el aire denso,
regresa al secreto sin nombre.
Sobre la madera dormida,
la chaqueta suspendida en el olvido,
el sombrero, custodio silente,
la caligrafía, un rastro de alma.
En esos restos inanimados,
habita el pulso de lo eterno,
el hálito que no se rinde,
la sombra que aún respira.
La casa detenida
El televisor apagado,
el piano cerrado,
las persianas inexistentes,
el mundo afuera.
Cajones sellados,
recuerdos atrincherados,
hojas escritas con una pluma
que aún deja huella en el tiempo.
Puertas sin luz,
marcos que encierran cuadros,
ecos de miradas inmóviles
en paredes que guardan secretos.
El gas apagado,
la cocina impecable,
la espuma de afeitar intacta,
las cuchillas en el cajón,
el espejo ya no refleja.
Todo está detenido
en un silencio que pesa
el espacio donde el tiempo
se ha olvidado de pasar.
Fábula bajo la piel
Dicen que es silencio este río
que se esconde sin descanso,
un murmullo bajo tierra
que sueña con la mañana.
Algo late y mueve la raíz ciega
que presiente sin mirar.
Un brote se forma
en la sombra vegetal.
La espera no es muerte:
es semilla que respira,
cuerpo que se retrae
para volver a la vida.
Los latidos se hacen gotas,
las palabras, bruma densa.
Todo calla, todo danza
en la música suspensa.
Bajo el pecho, un corazón
de barro se modela,
los dedos que no tocan
ya presienten la marea.
La memoria se arremolina
como gas en la corriente,
dibuja piel y sangre
de lo que aún no se siente.
Somos fábula que vuelve,
eco leve entre los huesos,
una historia no contada
que se escribe en los regresos.
Entre sombras y luces
En el silencio silencio,
se mueve un río y no cesa,
latidos que son gotas,
susurros, la piel recuerda.
Hay un secreto antiguo,
un pulso que se despliega lento,
una raíz que siente antes que vea,
un tiempo que se dobla en amor.
La espera, abierta ausencia
en la semilla bajo la tierra,
es la voz que se esconde
para aprender su nombre.
En cada paso dormido,
en cada luz que titila,
se escribe la historia del cuerpo
que respira en una hoja que cae,
y con su caída nos habla.
El inicio invisible
Mientras te decía
hoy empieza todo,
el ojo del sol
se deshacía en el horizonte,
pero aún rozaba
con su fiebre de sed y miedo
el gesto suspendido,
la pausa muda,
la hoja detenida
en el aire del decir.
El temblor persistía
en mi trazo oblicuo,
como si la palabra
no bastara
para sostener
lo que ardía entre líneas.
La luz partía,
pero su rastro caía
como una herida suave
sobre el instante que no termina.
La espalda del humo
Desde la brasa caída
una luciérnaga sin voluntad
surgió tu sentencia:
“basta de hablar de los muertos”
como si la palabra fuera conjuro,
y el silencio, una frontera.
Ahora que eres tierra
y bruma que no arde,
tu voz habita los pliegues
de lo que no digo.
Cavas surcos
en los márgenes del verso.
Un reloj sin manecillas respira
la lentitud del polvo en suspensión,
y cada objeto guarda un temblor,
un nombre que no se pronuncia.
Dijiste:
basta de hablar de los muertos
y ahora
tus palabras viven
en lo que no digo.
Tu silencio
se ha sembrado
en los márgenes del poema,
crece donde la voz
se quiebra.
Luz como pan
Hoy la luz
tiene el color del pan,
y no tengo prisa
por devorar el día.
Salgo del yo que duele,
me disuelvo en el borde
de una palabra herida,
dejo que el verso hable
con su voz quebrada.
Todo lo demás
puede esperar:
las noticias,
la taza sucia,
la urgencia que empuja.
El poema respira despacio,
como un pecho cansado,
como un pan recién horneado
que no se debe cortar aún.
Dejo que el silencio
me alimente.
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