miércoles, 12 de noviembre de 2014

IDA GRAMCKO: POESÍA DE VENEZUELA


Fotografía por Alfredo Cortina, 1960.
Archivo Fotografía Urbana

Ida Gramcko (Puerto Cabello, 1924 – Caracas, 1994). Poeta, ensayista y dramaturga venezolana.
Licenciada en Filosofía por la Universidad Central de Venezuela. Fue Profesora de Literatura en la misma UCV y en el Instituto Pedagógico de Caracas. También se desempeñó como profesora de Filosofía en el Centro de Arte Gráfico. Con tan solo 19 años, se convierte en la primera reportera de periodismo policial y cronista en el diario El Nacional. En 1948 se convierte en agregada cultural de Venezuela en la Unión Soviética. Es autora de los libros de poesía: Umbral (1942), Cámara de cristal (1944), Contra el desnudo corazón del cielo (1944), La vara mágica (1948), Poemas (1952; 2016), Poesía y teatro (1955), Poemas de una psicótica (1964), Lo máximo murmura (1965), Sol y soledades (1966), Este canto rodado (1967), Salmos (1968), Los estetas, los mendigos, los héroes (1970), Sonetos del origen (1972), La andanza y el hallazgo (1972), Quehaceres (1973), Salto Angel (1985) y Obras escogidas (1988). También publicó los libros de narrativa Juan sin miedo (1954) y Tonta de capirote (1972). Publicó los libros de teatro Poesía y teatro (1955), María Lionza (1956), La Rubiera (1956), La dama y el oso (1959) y Teatro (1961), y los ensayos El jinete de la brisa (1967), Preciso y continuo (1967), 0 grados norte francos (1969), Magia y amor del pueblo (1970), Mitos simbólicos (1973), Poética (1983) e Historia y fabulación en “Mi delirio sobre el Chimborazo” (1988). Obtuvo los siguientes reconocimientos: Premio de la Asociación Cultural Interamericana (1942), Premio de Teatro del Ateneo de Caracas (1958), Premio de Prosa “José Rafael Pocaterra” (1961), Premio Municipal de Poesía (1962), Premio de Poesía de la Universidad del Zulia (1964) y el Premio Nacional de Literatura (1977). 

El poeta Alfredo Silva Estrada en el prólogo de sus "Obras escogidas" (1988) señala que "Esta orfebre, esta artesano exuberante, este arquitecto del lenguaje, esta tejedora agilísima trenza y destrenza, entreteje conceptos, pensamientos, sentencias, definiciones primigenias, imágenes, metáforas, símbolos, integrando discursos insólitamente ritmados, construcciones únicas dentro del panorama de nuestra más alta poesía." y luego agrega que "La poesía de Ida Gramcko supone, fiel a su fundamentación conceptual, una violencia sobre la realidad, sobre las apariencias: irrupción abrupta, sacudimiento de lo real, ensanchamiento de mundos". Su hermana Elsa Gramcko (9 Abril 1925, Puerto Cabello — 1994, Caracas) fue una notable pintora y escultora abstracta.

Selección por Gladys Mendía



VOZ

Hay alguien que llama desde remotas cimas,
hay una voz profunda que me pide estar cerca.
Los aires se arremansan en corrientes continuas
hasta fundir los ecos en la dormida piedra.

El camino es un paso que dio el gigante mundo
con sus botas de angustia, pensativas y negras;
era un viajero entonces, desamparado y rudo,
y con su andar de nave fue duplicando huellas.

A veces tengo alas. Los cabellos furtivos
se fugan entre ratos de las furias del viento,
las manos, como arañas, van tejiendo en sus giros
una red infinita de locura y de ensueño.

¡Llegaré hasta la cumbre! Tendré todas las flores
azules y mojadas que habitan en las cuevas,
y habrá un concierto claro de pájaros y voces
en la garganta virgen de la desnuda tierra.

Hay alguien que me llama desde remotas cimas
y voy tras su llamado como la humilde sierva:
manos y pies descalzos...entre luces y vidas,
hasta la voz profunda que me pide estar cerca.

De Umbral, 1941





ATIENDA AQUEL QUE DIJO

hallar dicha y sosiego
en un sueño beatífico y tranquilo;
atienda a lo que digo y lo que creo.
¿Sabes, nocturno amigo,
a qué cosa en verdad llamamos sueño?
Atiende, hermano mío,
sin pena y sin recelo,
yo, que he soñado, yo, que no he dormido,
te pregunto sin voz desde mi lecho:
¿crees que el sueño protege del abismo,
rescata del asalto y del incendio?
Yo, soñadora inmóvil, no he creído
en mi rostro apacible cuando duermo.
Lucho soñando, sórdida, conmigo,
con un pájaro extraño, con el viento,
con un agudo y afilado pico
que me horada las sienes y el cerebro
y dejo sangre en el cojín y heridos
flotan ardiendo, aullando, mis cabellos.
Soñador y sonámbulo es lo mismo.
Se va entre nieblas, huérfano.
¿Quién hiló las almohadas? ¿El olvido?
La mano movediza del recuerdo
con un sombrío ovillo
y tejió la crisálida del lienzo
con una larga víbora de lino
que se enrosca en el alma y en el cuerpo.
Atienda aquel que alguna vez me dijo
hallar quietud seráfica en el sueño;
atienda a mi creencia, a mi pregunta,
que es la de todo soñador despierto.
Creo en mi corazón, su llama oculta
bajo las sábanas, ardiendo.
Creo en mi sangre muda
corriendo como un río del infierno.
¿Cree alguien en la calma de las tumbas,
en la paz de los muertos?
Quieren creer... ¡No lo han creído nunca!
Descansa en paz, sólo es un gran deseo.
Descansa en paz, pero la paz no escucha;
descansa en paz, pero el descanso es ciego.
La muerte, insomne, mira hacia la lucha
y el sueño es el más íntimo desvelo.


De Poemas, 1952





ARRÁNCAME LAS ÁRIDAS RAÍCES,
déjame suspendida en el espacio, 
entre los vientos firmes. 
Allí se está como en un gran regazo
maternal y sin límites. 
Déjame con los pájaros, 
indagan lo invisible.
¡Ah, más allá del cielo se alza un árbol 
que sus alas indómitas persiguen! 
No lo han visto jamás y, sin embargo, 
creen sentir su rumor en los confines. 
Rumor de hojas distantes... Pero ¿acaso 
no lo vieron, gigante, en el origen 
primero de la vida, y en sus cantos 
no es la voz de la ausencia lo que aflige? 
Deja que suba a lo alto 
y que mi canto vibre. 
Canto la ausencia de algo, 
de una estrella enterrada en nubes grises. 
La sombra azul del árbol 
se dilata y me ciñe.
Déjame con los pájaros.
Soy una flor delimitada y triste.
Arráncame los pétalos y el tallo
y la fragancia, y líbrame.

De Poemas, 1952





10

“Será, al mismo tiempo, una pérdida y
una ganancia imponderables”.
Juan Ramón Jiménez

¡Oh tú, siempre huidiza, dulce amante
celeste de la libertad!
Sólo estás un instante
poesía sin nombre, sin edad.
Fuga tuya en el viento,
dolor mío, soledad
sin ti, sin el acento
tuyo, extraña deidad.
Gano de ti la mínima presencia,
gaviota del ensueño y la verdad,
pierdo tu pura esencia
cuando retornas a la eternidad.
De tu paso veloz por mi existencia
sólo queda un relámpago fugaz.

11
Fuente de piedra
rota, sin agua,
con hojas secas
y una estatua
pensativa, mirando hacia la tierra.
Parque
elevando las ramas y los troncos
de los árboles
que tejen crucigramas melancólicos
en el aire.
Silencio
en el follaje glauco.
Emerge de las sombras, del misterio,
un banco,
un pañuelo,
un libro amarillento y olvidado.
Por los verdes intensos,
-di, ¿no es cierto que vive la esperanza,
que viven los ensueños? -
flota, vaga y olímpica, una garza.
12

“¡Ay, si siempre fuera el mundo
una tarde perfumada!”
Juan Ramón Jiménez

Bajo la tarde blanca
todos dicen su canto, allá, muy bajo,
y cada ser tiene en los ojos
un sol rubio y pequeño.

Todos dicen su canto, allá bajo,
que hay que inclinarse silenciosamente
para escuchar las frases misteriosas
de sus canciones lentas.

En un banco perdido se recogen
todas las hojas pálidas del huerto,
y hay un coro de niños que ha tejido
una guirnalda en flor, hecha de cuerpos.

Bajo la tarde trémula
arde un deseo de reír la vida
y de soñarla mucho en largo sueño...

Y tal vez de llorar, cuando la hora
del crepúsculo marque con sus agujas tenues
sobre el reloj inmenso de la tarde,
unas seis campanadas transparentes.

13
Tarde roja, violeta,
perdida como una voz
en el camino pensativo de árboles,
donde se extingue el sol
como la vida en mi existencia.
¿Por qué has surgido así, de pronto,
como el reflejo
de mis hondas angustias, de mi amor,
de mi tristeza?
Todo lo que hay en ti, tu soledad, la sombra
de este camino silencioso de tierra,
el zumbido sin fin de las chicharras
que hieren el silencio son sus quejas,
viene desde tu ser y vuelve a ti
en el viaje imprevisto del poema.
¿Lo comprendes? La débil mariposa
de alas en flor que cruza este sendero
y que se esfuma, tarda, en la penumbra,
en mi sueño,
y este aire y esta luz conque te inundas
se exhala de mis ojos, emana de mi aliento.
Tarde, tarde, el crepúsculo que ciñe
los campos, el vuelo de los pájaros inquietos
no son más que temblores de mi risa,
latidos de mi pecho.
14
¿Alguien? Tal vez alguna forma ambigua
se interpone en mi sueño.
Fluyen vahos neuróticos de enigma
hacia el cielo.
Alguna voz sin labio, algún espíritu
sin cuerpo,
algún cabello turbio y esparcido
en el viento,
fronda de alguna faz que se hunde toda
en el misterio.
Como un pájaro herido
algo se agita en torno y en silencio
viene a posarse junto a mí, en la orilla
desolada del lecho.
¡Ah! Las puertas oscilan, solitarias, 
una mano invisible con un gesto
se contorsiona en la penumbra y llama
desde el margen sin fin de mi aposento.
Las cortinas se mueven, suspirando,
algo borroso y gris como un espectro
está junto a mi ser como un sollozo,
como un delirio prolongado y tenso.
¿Quién es? ¿Quién es? Mis carnes voluptuosas
se dislocan a impulsos de la fiebre;
sí, lo mismo que el grito de la vida
me apasiona el murmullo de la muerte.
Pero no, no es el vuelo de un fantasma
quien trasquila mi sueño;
es una realidad viva y convulsa
que del hálito enfermo
de la noche ha surgido fría y brillante
como el diamante de su mundo negro.
Toda una realidad brusca y salvaje
que en amoroso vértigo
atraviesa las sombras como un pulpo
silencioso y perverso,
y se estira en el agua de mis risas
salobres, y sediento,
absorbe como lúbrico vampiro
toda mi sangre lívida y mi aliento.


Del poemario Contra el desnudo corazón del cielo (1944) 


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