miércoles, 12 de noviembre de 2014

Ensayo sobre las Ruinas de la casa de Isaías Cañizález. Por Nelson Guzmán



Ensayo sobre Las ruinas de la casa
Por Nelson Guzmán
Venezuela



La poética de Isaías Cañizález Ángel alude al desparpajo de los días estropeados por el espanto, sin paredes el hombre queda en la orfandad. El antojo de unos seres pusilánimes quiso devastar la historia, denegarla, dejarla a la intemperie. El ahogo de la esperanza, la persecución y la muerte han devastado mundos. El odio hizo desaparecer encumbradas civilizaciones y a hombres que han podido ser notables. Los poetas quedan o divagan por el mundo para imantarlos, para dejarlos permanecer.

Las ruinas de la casa de Isaías Cañizález Ángel, ganadora del premio de poesía Fernando Paz Castillo en su XVIII Edición, son la que todos llevamos por dentro, la de esa casa que ha sido dilapidada, extinguida y se ha reconstruido tantas veces como ha sido necesario. En un acto de justicia este joven poeta perpetua la memoria, nos ayuda a recordar que allá lejos hubo trazos del hoy, entusiasmos y pasiones que no se disgregarán. La casa es la conciencia, es el reclamo y el camposanto de voces que subyacen en el lenguaje. La historia del descalabro no tapia la casa, continúan en su interior el terror, lo mancillado. Salvador Allende es nuestro refugio más íntimo de permanencia, es el foyer interior, sus palabras desesperadas nunca entregaron el futuro.

La casa es lo más digno de los hombres, las ruinas del tiempo no han logrado desbaratarla, sin ventanas, a pesar de la destrucción la poesía no se entrega, es resistencia, es fuerza de futuro. En las ruinas de la casa hay bocanadas de espanto, lo crapuloso es historiado por Cañizález Ángel en su trabajo inefable, su huella es honda vigorosa, nos persigue en los sueños. Del pasado no hay escape, está allí en la permanencia, en lo humano no hay suspensión del juicio. La conciencia nos horada. Los hombres batallan contra el mal infinito que está encaramado para seguir arrinconando la razón. 
Nuestro poeta nos dice “… no retrocedas no supliques no abras los ojos no guardes silencio no te quedes despierto no te quejes no calcules no balbucees no esperes milagros no te pierdas en míseras vigilias: recuerda que estas ruinas es el alfabeto de una casa que también se quedó sin ventanas.”

Otro rasgo significativo que nos regala Cañizález Ángel con su poesía son los acertijos, el diálogo apretado con mujeres que cruzan en pláticas de estancias profundas y salvajes. El poeta tiene el nomadismo de un lenguaje que todo lo puede, logra vaticinar el destino. La confesión es la absolución, desde lo recóndito palpita la voz que lo aborda. El espíritu habita como un adivinador que todo lo presiente, los testimoniales de ese hombre, de esa voz vigorosa conversa con una mujer ausente, hay una verdad infinitamente razonable que antecede al cuerpo, que es incauta, protuberante, que sabe y se extasía en ella.

El diálogo de Cañizález Ángel es anunciador, predice la finitud de esa mujer que lo interpela. El poeta es un Gitano en contacto con lo inmarcesible, con lo que es destinal, el trazo de la mano está allí, es revelador de lo que llegará a aparecer en nuestras vidas. Los seres humanos descubrimos que no podemos apartarnos de lo que somos. Todo está marcado de antemano, el destino es infatigable. Los hombres viven la separación, la presienten, la búsqueda sigue insistiendo, es una habitante de nuestro lenguaje. El poeta es un mago que finalmente no lo llega a saberlo todo, pide unas pistas, un segundo aire para la lectura del universo de la complejidad, el alma de los hombres es inextricable finalmente.

El afán de lo humano va ganando la partida en las empresas que nos disponemos conocer. No es tarea sencilla ir arrancándole a la gente quejidos interminables. No llegamos a comprender la vida, las faltas de lo humano, sus limitaciones, muchos han decidido vivir entre brumas. Esos han preferido realizar los caminos negando la existencia. Entre los acertijos de arenas desconocidas intentamos comprender lo que se escapa y no se aferra, Cañizález Ángel lo ha aprehendido. Las situaciones parecen desvanecerse en los rostros. Los que viven atenúan sus penas de la mano de sus Dioses vencidos, se aferran a la tranquilidad, solo les queda apaciguar, retardar el trance, el cambio.

Isaías Cañizález Ángel ha escogido como forma de vida la ardorosa responsabilidad del cambio, loa a la vida, resiente en sí mismo un tipo de condena que lleva en lo más profundo de si el perdón. En Tierras de ciegos dice No me gusta escupir su dignidad ni pisar la sangre que destilan al mirarlos de reojo, sin embargo abrazado a las razones del clasicismo los perdona y animado de un profundo estoicismo perece en su infierno. El silencio lo ayuda en esa ruta, pues allí encuentra los faros que alumbran su camino nutrido y eso lo convierte en un testigo inobjetable de una historia donde debemos estar para entender las verdaderas razones que no son las de la simulación. Los poetas imbuidos de misticismo han emprendido sus laceraciones, los hallazgos son lo tenue, lo sublime.

En el poemario La ruinas de la casa se navega en el terreno de lo inescrutable, se ataca la cotidianidad inservible, la que no ve. Se toma el fusil y se asalta lo estropeado. Los revolucionarios son fundadores de mundo, luchan contra los marasmos de la existencia, van avistando lo nuevo, presienten, están fundando un mundo nuevo. Las voces de Cañizález Ángel son plañideras de futuro, en el camino se atraviesan los que detienen las grandes acometidas de la justicia. El fusil es compromiso político, es un esfuerzo de llamar las cosas por su nombre.

El fusil profana lo establecido, derriba lo inesencial, presagia sin vergüenza nuevos universos que han labrado las consciencias libres. Las demandas de la casa como las de patria, son las de los que han sido silenciados en la historia. Hay claras razones para el reclamo y no son más que la vileza, la arbitrariedad, la oposición al militarismo y a los jefes máximos. Hay rebelión profunda, en estos versos se asoman como una tempestad los nuevos bríos y los derechos que se tienen de vencer el miedo, se debe soñar con un planeta no dominado por el silencio. En el libro de Isaías Cañizález Ángel late la amarga experiencia vivida por el pueblo chileno. En Chile este venezolano aprendió e inscribió en lo más profundo de su alma las razones de la libertad, éstas nunca claudicarán.

En la poética de nuestro amigo Cañizález, las voces del ayer no se han entregado, nos habitan, sus banderas prosperan en nosotros. Esta poesía es un archivo de verdades que nunca podrán borrarse. Sus rostros me asaltan en los lugares menos inesperados: en la entrada del cine, cuando voy de compras o en esas tardes en las que llevo a los chicos al parque. Hay un elogio a la firmeza, a la resignación y a la grandeza de los hombres que han apostado a la utopía sin rebusques, sin quejidos, sin lamentaciones. El resuello surge después, en la interpretación de los resquicios de vida, no hay olvido total. A pesar de andar piola están allí las cicatrices, los reverberos del alma.

La poesía aspira a la lenidad, a la calma, a lo grande. La dispensa es un gesto de honor, pero no se puede hacer en favor de los que mancillaron vidas y enarbolaron la cultura como ataúd. En América Latina el ideal más hermoso es la libertad; ésta tiene sus tareas, sus riesgos, su furor, ya nadie está dispuesto a claudicar ante el miedo. Para Isaías Cañizález Ángel en la picota siempre estarán los cobardes, los que buscan la entrega. Habla de los profanadores, de los que han olvidado la gallardía de nuestras culturas y se han dedicado a mancillar. Nosotros por el contrario somos hombres bravos, idealistas que hemos despachado los sinos trágicos y la melancolía a otros lugares.

Los lugares hermosos no serán de resignación para los macabros. Cañizález Ángel en sus sentencias y aforismos le canta a la voluntad decidida, al entusiasmo, al heroísmo y a la entrega de aquellos a quienes no les importó convertirse en mártires. Esta poesía es plena de responsabilidad, de compromiso con una historia que han tratado de borrar por todos los medios. Nuestro bardo insurge contra el pragmatismo de la cultura moderna capitalista y contra sus medios represivos y sus falsas utopías liberales y democráticas.

En la mentalidad del torturado reside la sacralidad, no habrá entrega de nadie. El abofeteado, el silenciado bosteza con el único medio de defensa de que dispone, sus fuerzas morales. Los esbirros saben de antemano que un hombre de convicciones no delata aunque haya sido sometido a la más cruel de las torturas. El recinto de la casa de un torturado es el sí mismo, teme por sus amigos. Lo sabe Isaías, estos hombres no envilecerán sus verdades con la entrega, no son delatores, su recinto seguro es la muerte y el cabriolar de las distancias donde columpiaran hasta la eternidad sus espíritus.

Las ruinas de la casa es un poemario que nos contrasta con un pasado que nunca podremos olvidar, toda una tecnología de la cultura aprendida y cultivada del nazismo y fascismo de Hitler y Mussolini se impuso, convirtió en llamarada sangrienta la suerte de nuestros pueblos, se condujo a la generación de los setentas chilena a las hogueras. Durante el siglo XX los venezolanos conocimos la intolerancia y el crimen, igualmente estuvieron al cabo de esas amargas vicisitudes los uruguayos, los argentinos y toda América desde El Río Grande hasta la Patagonia. De todo aquello quedó la memoria y las voces irredentas. Muchas voces desobedientes quedan en el estar, terminan murmurando al sentirse inútiles, el caprichoso azar parece haberlas condenado para siempre.

El tiempo termina interviniendo, hace parca la brevedad. Los hombres asisten a su extenuante finitud, sus fuerzas se vuelven menos estridentes, desde allí estando vivos asisten a la propia muerte. Desgarradores son los silencios y las voces de los exiliados de sí, de aquellos que han sucumbido a la perversión de la tortura, desde allí actúan como psicóticos, sin tiempo, sin dirección, sin dientes, sin pensamientos, no saben lo que dijeron. Las imágenes se juntan y cobran vida propia, desde ese lugar los condenados, los torturados, los infamados no pueden distinguir entre la vigilia y el sueño. Al final termina imponiéndose el vacío.

Recordemos para concluir aquella bella sentencia poemática de sus Profanaciones y derrotas, texto publicado por La Fundación Editorial el perro y la rana (2008), donde nuestro amigo Isaías dice: dios es un desierto (…) Dios es el laberinto donde nos extraviamos/ Sus caprichos son la sal de nuestros temores (…) dios /piedra invisible de lo existente/ refugio de los cobardes/ antorcha de los ciegos/ proxeneta del silencio/ tribuna de la mentira (…) augurio de la miseria/ padre de los desaciertos. Esas sentencias podrían provenir del alma de los malditos, de esos que han sido condenados a padecer por el Dios todopoderoso de occidente, su último soplo será la extinción de un cuerpo, pero nunca la muerte de sus utopías.




Reseña del autor:
ISAÍAS CAÑIZÁLEZ ÁNGEL (Venezuela 1973) Magíster en Estudios Culturales de la Universidad ARCIS de Santiago de Chile. Egresado de la Academia de Administración de China. Licenciado en Letras, mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana de la Universidad de Los Andes (Cum Laude). Fue Investigador de Casa de Las Américas, La Habana, Cuba. Ex profesor de trayectoria en diversas instituciones nacionales. Es autor de “De los magos” estudio crítico de la narrativa breve cubana de los años sesenta.Ceremonia de lo adverso,  poemario con el que ganó el Premio Municipal de Poesía, (Trujillo-Venezuela-2003). En 2010, publicó Profanaciones y Derrotas; y ese mismo año, obtuvo, en su país,  el Premio Nacional de Poesía Fernando Paz Castillo con Las ruinas de la Casa.  Actualmente es profesor de la Escuela Venezolana de Planificación (EVP) y acaba de culminar Las buenas razones, poemario que pronto será publicado en Caracas .


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