Vadik Barrón: Poética de la fuga
Miladis Hernández Acosta
Si queremos un mundo nuevo
tenemos que acabar con este, sentencia
Vadik Barrón para presentarse en un mundo que ya no le sirve: un Universo
apagado, sin frutos, sin futuro y sin amaneceres; por tanto: un Cosmos sin
asidero del cual hay que salir, y obviamente buscar –otro- donde
el hombre, en este caso -el artífice sin puerto- seguro de sí, logre crear una
especie de vida yuxtapuesta, con otros referentes y otros espacios donde
comenzar otra vez: desde el principio, sin expulsiones, sin destierro
primigenio donde el hombre se sienta cabalmente
satisfecho.
El Arte de la Fuga es de antemano un poemario de muchos paradigmas,
surtido por una voz que habla en primera persona para ahondar en los problemas
fieros de su existencia mostrando una latente aseveración de los males que
confluyen en su entorno.
Este autor busca nuevos sedimentos de vida, novísimos territorios para
deglutir la realidad: una realidad por supuesto nada complaciente que lo insta
a la fuga, al escape, a huir y al mismo tiempo a extrapatriarse de sí; de ahí
que erige un discurso que visualiza posibles ambientes para con mucha precisión y agudeza formal
expandir sus utopías.
Con la fuga hace patente la
necesidad de encontrarse con su yo, y al mismo tiempo reproducirse como
arquetipo del Ser que busca otras
conexiones. Digamos que rebusca una semiótica de la dejadez, del envés, de lo
que puede estar en otra parte, de lo que ya no representa materia tangible para
realizarse y consumar lo que quiere en esta –su existencia-.
Vadik Barrón cuestiona, indaga, y cree divisar las presuntuosas salidas.
El trascendente de esta poética está en el alcance, en la clarividencia, en el
desenfado para deliberar un discurso nada halagador, nada artificioso: una
soflama sustancial que examina de forma transgresora ese cataclismo que es el
mundo de las ideas y dentro de sus categorías -la negación dialéctica- de lo
que puede estar quedando obsoleto, degradado, y viejo.
En esa su representación del
Universo hace ostensible su magistratura escritural optando por una
logicidad discursiva, por un nomológico
que no se contenta con habitar en este planeta porque se ha percatado de la
catastrófica situación global.
El tiempo que Barrón domina es un tempo
que va en dirección contraria a nuestra miserable percepción de pájaro viudo.
Su tiempo es dual, y está suministrado –claramente- en otra geografía:
en los terrenos de la poesía, en el vuelo anchuroso del pájaro como símbolo
genuino de libertad y escape seguro.
Defino este poemario como poética del ostracismo, del confinamiento, de
notables recursos filosóficos, simbólicos e ideoestéticos, de profundos valores
semánticos y especulativos.
/Soy mi destino y miles de
albercas distribuidas de manera equidistante
entre las ciudades-hospicios del
fin del mundo/
Vadik escapa de las charcas, de la poquedad, de la pequeñez, y de las
mediocres circunstancias. Como todo -Ser cuestionador- su poesía es vigilia,
concepto, y cosmología que no descansa en leyes
sino en formas propias de la observación individual.
No me preguntes qué año es, qué
país es este,
a dónde ir a parar con mi chusco
remedo de aleteo
Vuelve al facsímil del aletear, de abandonar con su vuelo un tiempo que
ya sabe que no existe, un país, un epicentro que no lo conmueve: una nación que
no le ofrece garantías.
Notorio también es que ve en las ruedas
otro modo de escape, una extraña solución para enajenarse y disolverse como
entidad Cósmica. Las ruedas como ancilares de la fortuna, del anillo, de lo que
gira y ayuda a propagar la energía, como apotegma de que todo tiene que voltear
nuevamente, el mundo, las sociedades globales, los sistemas económicos, el
hombre, las ideas, y todo cuanto necesite -igualmente- regenerarse.
Este poeta sabe que la inmolación
pasó de moda, no le interesa ser el héroe, ni mucho menos aseverarse como
el superhombre, el titán del presente. Vadik precisa de antemano de una
arqueología futurista.
Su búsqueda es antropológica, Cósmica y un tanto divina cuando se
autoreconoce como un ente que ha sobrevivido una postcrucifixión para gestar disímiles interconexiones
espaciales donde la libertad espiritual –sea- el único contexto visible.
Su misión imposible es ejercer la
humanidad,
convertirse en pequeños
exploradores
suspendidos en el corazón de la
oscuridad
a la espera de que nuestra
preclara estupidez nos vuelva a iluminar
otra vez y para siempre.
Como Kant sostiene una representación que asiste esencialmente al
sujeto, pero este -sujeto- lírico busca luminosidad por encima de esa oscuridad
que pende de las emociones. Resplandor en los acontecimientos, conciencia
lucida de los fenómenos para ni siquiera enfrentarlos: sino para separarse de
ellos, alejarse de los poetas, de la noche y de la melancolía.
((Fluorescencia para distanciarse de las almas perdidas, de las
noticias, de los mercantilistas, la
displicencia, la domesticación, y todos los absurdos embates de la mediocridad
humana)).
Hay en este libro una precognición de los fenómenos, por ende la voz que
escribe es antesala para fraguar una morfología de los sucesos angulares no
-precisamente- identitarios sino esencialmente Universales. El arte es para él un suicidio en sí mismo, y la posteridad un dispositivo de fuga. Dejémoslo sin
miedo traspasar todos los espacios que anteriormente fueron salvados por la música.
Miladis Hernández Acosta. Princesa de la poesía cubana.
24 de Agosto.
Guantánamo.
Cuando entra la lluvia en Virgo.
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